Difícilmente puede visitarse un lugar así en fechas más señaladas. Este viaje cobra un sentido especial por ser una tierra extraña y familiar a la vez, santificada por el tiempo y La Palabra, en la que todo empezó y algunas cosas no acaban nunca.

domingo, 15 de abril de 2012

Lo que queda en el macuto...




Puede sonar irónico, con la lluvia de recortes y remiendos que está
sufriendo la educación española, pero creo firmemente que debería ser
obligatorio para todos los estudiantes españoles un viaje por curso
dentro de la programación escolar.

Viajar es el estado del ser humano en el que más despiertos tiene este los
sentidos, el que mejor le permite descubrir y asumir conocimientos y
cocinarlos a fuego lento (y esos son los que valen). El viajero es una
esponja de experiencias increíblemente constructivas.
En ese sentido, este viaje ha sido uno de
los más enriquecedores de cuantos he realizado. Me explico.

Por sus características -religiosas, históricas, geopolíticas- nuestra
visita a Israel, Palestina y Jordania ha ido empaquetando en nuestras
mochilas conocimientos más profundos sobre nuestra propia cultura e
imágenes de olivos, guijarros, desiertos y murallas milenarias.
Además, nuestra visita a Palestina nos ha mostrado frente a frente,
sin intermediarios ni orientadores de opinión, una realidad que
existe, de la que oímos hablar continuamente en los medios de
comunicación y en la que el mundo tiene puestos sus ojos desde hace
décadas.

Por supuesto es una realidad condicionada por nuestra breve
experiencia, pero, ¿acaso no todas las realidades lo están? Si bien
nuestro paso por los Territorios Palestinos no ha sido tan detenido
como hubiésemos deseado, sí nos ha servido como acicate y base sobre
la que investigar, profundizar y reflexionar en el futuro.

Hemos conocido Israel. Mirando al mapa, la imagen es elocuente: la
existencia de esta democracia es cuestionada por todos los países con
los que limita, o directamente amenazada por algunos cercanos.
Es por ello que hemos encontrado un país absolutamente militarizado,
donde sus jóvenes -hombres y mujeres- hacen tres años de mili y un mes
al año cuando acaban, un país que vive en guardia permanente y que
hace del afán de supervivencia un "todo vale".
Pero también un país cuyas aportaciones al mundo -patentes,
tecnología, innovación- son numerosas y, en algunos casos,
imprescindibles.

Israel es más que sus dirigentes. Israel son personas que quieren
vivir su vida en paz, tener sus problemas, sus caprichos, sin que
nadie les cuestione su derecho a hacerlo.
El problema es su Gobierno. La manera de defender ese derecho
legítimo, desde hace décadas pasa por negar el mismo derecho a otras
personas, en este caso al pueblo palestino.
Por otro lado, observando la aversión que suscita este
país (sus gentes, su cultura) entre muchos europeos, hacemos la reflexión sobre lo delicada que es la frontera entre la crítica a las acciones del Ejecutivo hebreo y el
antisemitismo. Israel utiliza a menudo esa torpe confusión como coartada para no dar cuentas a nadie sobre sus acciones. Un ejemplo de esa torpeza ha sido el famoso poema de Günter Grass.

También nos ha llamado la atención en Israel la enorme identificación
entre cultura-raza-nación-religión. Israel es un estado fundado en
base a las palabras del Antiguo Testamento, a la etnia, a la religión. Si fue Yahvé quien dio la Tierra Prometida a los judíos, ¿cómo compartirla?
Llevan años buscando la fórmula, algunas veces se han acercado hasta
casi olerla, pero los extremismos religiosos o nacionalistas han dado
al traste con un buen número de oportunidades.
Y ahora, sus interlocutores, la otra parte, se ven cada vez más
dominados por fanáticos islamistas, que mezclan obscenamente el derecho
de un pueblo a tener país, con las doctrinas del Corán.

Lo decía en una de mis primeras bitácoras: Yahvé y Alá son
pérfidamente utilizados por unos y otros para arrogarse la verdad en
el conflicto. ¿Cómo arrojar luz en medio de tanto barro?

Desde luego, a día de hoy, las posturas de ambas partes están cada vez
más atrincheradas. Hemos visto a jóvenes israelíes paseando
tranquilamente con una pistola o un subfusil al cinto por el Norte de
Jerusalén. Y muchos jóvenes palestinos han reventado sus cuerpos para
llevarse consigo vidas de civiles inocentes.
Este panorama no invita al optimismo.

Sin embargo, otra de las cosas buenas de viajar es que, inconscientemente, uno se
vacuna contra dogmas y fundamentalismos. Como dueño único de su
experiencia, el viajero sacude viejos prejuicios, porta consigo solo
lo imprescindible y construye su propio relato.

Por ello, me gustaría pensar que israelíes y palestinos, sin más
lastre que sus ansias de futuro, serán algún día capaces de traspasar las fronteras -físicas y mentales- que los separan. Podrán lograr así que cada cual -rece al dios que rece, o hable la lengua que hable- tenga su propio espacio, reconozca a su contrario y "asiente" sus bases en el respeto mutuo.

Confío en que ocurra porque, a diferencia de los dioses, los
conflictos (como las personas) no son eternos.

Hasta el próximo viaje.

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